Jesús no ha venido a mendigar una oportunidad para que crean en Él. Jesús ha venido a salvar a los que crean en Él. Es cosa muy diferente. Así que el problema es para ti y para todos los que se obstinen en no creer en Jesús. No es problema de Él ni tampoco nuestro, los cristianos. Y digo esto porque, si no, no se entendería lo de la libertad. Hemos sido creados libre para decidir que queremos hacer: salvarnos o condenarnos. Pues bien, tú tienes la palabra.
Nuestro Padre Dios, como Padre, nos quiere hasta el extremo de enviar a su Hijo, nuestro Señor Jesús, para, libremente, transmitirnos su promesa de salvación por amor y demostrárnosla hasta el extremo de entregar su propia vida en su Pasión. ¿Se puede hacer más? Toda su Vida ha sido una oferta de servicio, de sanaciones, de amor para decirte que tu Padre quiere tu felicidad eterna. Pero, ¿tú le escuchas o te has cerrado los oídos?
Ejemplos de quienes le han escuchado hay bastantes conocidos y ¡cuántos que desconocemos! El del Evangelio de hoy es uno de esos, esa mujer sirio-fenicia. También tú puedes hacer lo mismo, fiarte del Señor y buscarle para que atienda tus ruegos y problemas. Te escuchará con toda seguridad, porque, Jesús, el Señor, ha venido a eso, a escucharte y a que tú también, confiando en Él, le escuches y veas el camino por donde tienes que ir.
Eso es muy importante. Hay que escuchar al Señor, porque, sólo Él sabe el camino por donde debemos transitar en esta selva del mundo llena de peligros y tentaciones escondidas en la apariencia y la hipocresía. Y para escuchar hay que acercarse, tener espacios de paz, de tranquilidad y de atención a su Palabra. Si Él está entre nosotros, también nos hablará. No tengas miedos, siéntate y deja que te hable. Experimentarás como el camino se te va presentando más claro, incluso hasta cuando encuentres espinas y dolor. Danos, Señor, ese don y capacidad para oír tu Palabra. Amén.
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