Si te paras y observas llegarás a la conclusión que todo lo que te rodea es bueno. El sol calienta; la tierra da vida y alimento; los animales sirven al bien del hombre y todo ha sido creado para disfrute y gozo del hombre y mujer. Luego, ¿de dónde salen las impurezas, las malas intenciones y el mal? No queda otra alternativa que del corazón del hombre. Su afán de poder y de ser más que el otro le lleva a contaminar lo puro y convertirlo en impuro.
Así sucedió con Adán, quiso ser como Dios y creyó que podía ser independiente y poderoso. Ese es el pecado del hombre. Adán no ha desaparecido, porque, hoy existen muchos Adanes que, rechazando a Dios, creen que comiendo la manzana podrán ser poderosos y felices. Ciegos que no ven lo que tienen a un palmo de su nariz, su propia muerte y desdicha eterna.
¿Acaso no experimentas gozo y felicidad cuando haces el bien? ¿No lo has probado o experimentado? Inténtalo y comprobarás que esa felicidad que buscas está en dar y servir, más que en recibir y ser servido. Comprueba que se recibe más amando que siendo amado. Comprueba y experimenta que la Cruz es la salvación eterna y donde está escondida tu felicidad.
Y eso está escrito en y dentro de tu corazón. Búscalo y sácalo a flote, porque de esa manera verás el mundo de otra forma y todo lo que toques se convertirá en puro aniquilando las impurezas. Pidamos al Señor que nos dé un corazón capaz de florecer todas nuestras buenas intenciones y, descontaminado todas nuestras impurezas, saquemos de él todas nuestras purezas sembradas por nuestro Padre Dios en nuestro corazón. Amén.
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