Quizás no nos demos mucha cuenta, pero nuestro corazón está apegado a las cosas de este mundo. Y mientras siga apegado seguiremos sufriendo. ¿Por qué? Porque, siempre queremos más, siempre queremos más comodidad, más satisfacciones y más de todo. Lo decimos en esa canción de "todos queremos más..." Desapegarnos nos cuesta mucho porque, entre otras cosas, va contra nuestra propia naturaleza egoísta y herida por el pecado. Es la lucha de cada día contra nosotros mismos.
Y no hay otro camino sino el de cambiar nuestro corazón. Evidentemente, necesitamos cambiar nuestro corazón egoísta y materializado por un corazón desprendido, suave, humilde, manso y dado al servicio de los demás. Y eso no está en nuestras manos porque somos débiles y pecadores y estamos inclinados al egoísmos. No podemos contra nosotros mismos por la debilidad del pecado. Necesitamos, Señor, tu Gracia para poder cambiar nuestro corazón según tu Voluntad.
Es eso lo que hoy te pedimos, Señor. Tener un corazón suave, manso, humilde y desprendido de estas cosas terrenales, que, aunque las necesitamos y debemos prestarle atención, no son las definitivas ni las de mayor importancia, porque siempre, Señor, siempre Tú tendrás la última Palabra. Por lo tanto, Señor, te pedimos un corazón nuevo, fortalecido en tu Gracia y desprendido para estar siempre disponible para el servicio. Amén.
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