Las tradiciones y costumbre a menudo se convierten en leyes, que muchas veces están orientadas a los intereses y comodidades de la gente y los pueblos. Hacemos muchas cosas porque la hacen todos, pero eso no significa que están bien. Resulta que como le conviene a unos cuantos, que coincide que son los que las legislan, esas leyes se mantienen aun siendo injustas o no buenas para el bien común.
Nos fijamos en las tradiciones, pero olvidamos el bien de las personas que es, precisamente, a lo que ha venido nuestro Señor Jesús. No podrás considerarte seguidor suyo si no buscas el bien de las personas. Y buscar el bien de las personas, ¿qué es? Simplemente preocuparte, importarte y no permanecer indiferente a sus situaciones. Hay muchas personas que sufren cada día y ante tales sufrimientos nos experimentamos impotentes y sin medios suficientes para aliviarles la situación, si bien, como Iglesia a la que pertenecemos, colaboramos con nuestros esfuerzos y aportaciones económicas.
Ahora, será muy importante descubrir la necesidad de humildad y de reconocerme pecador. Será muy importante saberme débil y sometido por mi humanidad pecadora a las pasiones y concupiscencias que este mundo me ofrece. Será muy importante experimentar la necesidad de la Misericordia de Dios y el lugar privilegiado y principal que tiene la persona humana delante de su Creador. El hombre y la mujer forman y complementan la criatura por excelencia de Dios. Ellos están por encima de toda tradición y costumbre y se rigen por el Amor. Un Amor que los hace semejante a su Creador.
Por todo ello, Señor, te pedimos que nos enseñes a amar y que nos otorgue la fe, la sabiduría y la capacidad de sabernos amados por Ti y, por tu Gracia, ser capaces de amar a los demás como Tú nos amas. Amén.
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