Cuando hablamos de amor no nos referimos a gozo y apetencias materiales o espirituales que de alguna manera están relacionadas con los sentimientos y, de la misma forma que aparecen también desaparecen. Cuando hablamos del amor nos referimos a ese compromiso de hacer el bien hasta el extremo de renunciar a ti mismo en bien del otro. Hablamos de ese darnos a pesar de tener que desprendernos y renunciar a nuestro bien para aliviar al otro. Hablamos de aceptar y soportar sufrir y pasar por la cruz para salvar al que sufre y padece.
Si miras para tus adentro descubres y te das cuenta que, sólo cuando eres capaz de amar experimentas gozo y verdadera felicidad. Y amas cuando sientes que te olvidas de ti mismo para ofrecerte y darte al bien y la felicidad del otro. Algo parecido a lo que experimentaron Pedro, Santiago y Juan cuando vivieron la hermosa experiencia del Monte Tabor - Lc 9, 28-36 -. El amor no se encuentra en el placer ni en la búsqueda de satisfacer tus propias pasiones, sino en todo lo contrario. Es un acto voluntario y exigente consigo mismo, pero que te llena de verdadera felicidad. Por eso, una vez experimentado no puedes vivir sin él.
Pero, simultáneamente, experimentas que ese amor que exige renuncias y sacrificios de tus propios egoísmos es superior a tus propias fuerzas y, sin el auxilio y asistencia del Espíritu Santo te será imposible descubrirlo, saborearlo, gustarlo y vivirlo. Por eso, Señor, consciente de mis debilidades y flaquezas te pido que me des la fortaleza necesaria para encontrar el verdadero amor en mi propia negación y renuncias a las apetencias y pasiones que me esclavizan y me someten. En tus Manos me pongo, Dios mío. Amén.
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