El sentido común y hasta razonable es responder al mal con mal. Es decir, el deseo de venganza está impreso en lo más profundo de nuestro corazón. Hasta aquí todo es normal y no debe de asustarnos. Es muy natural que nuestro corazón y nuestros sentimientos y emociones respondan de esta manera. De no ser así no seríamos humanos. Precisamente, Jesús se hace hombre para enseñarnos el camino de dominar nuestros sentimientos y pasiones según la Voluntad de Dios, que es la que busca nuestro bien, nuestra plena felicidad y eternidad.
Pues bien, desde esta perspectiva y actitud tengamos plena confianza en nuestro Padre Dios que, sabiendo nuestras debilidades e incapacidades nos propone este camino de amar, no sólo a los familiares y amigos, sino, y de forma muy especial, a los enemigos. Y, para eso, envía a su Hijo, el Mesías anunciado, para que nos indique el Camino, la Verdad y la Vida. Él nos irá demostrando como se puede cumplir y vivir en la Voluntad del Padre. Su Vida y sus Obras nos trazan el camino a seguir.
Sin lugar a duda que hay dificultades y que nuestro corazón, herido por el pecado, necesita la asistencia del Espíritu Santo. Ese mismo Espíritu Santo que acompañó al Hijo al desierto y lo fortaleció ante las tentaciones que el Maligno le iba a presentar. Tentaciones que se repiten en nuestras vidas y que, con el auxilio y asistencia del mismo Espíritu Santo, que viene, después de la Ascensión a los Cielos de Jesús, a continuar la labor de fortalecernos y darnos esa capacidad de amar a los enemigos a pesar de nuestra contranatural capacidad para amar a los enemigos.
Está claro, y nuestra confianza descansa en el Amor de nuestro Padre Dios. Sin Él no podremos amar, y menos a los enemigos, pero con Él todo se hace posible y nuestro corazón, semejante al Suyo, es capaz de amar hasta el extremo de darnos plenamente. Pidamos, confiados en nuestro Padre Dios, esa Gracia. Amén.
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