Hay mucho rencor entre las personas. De alguna manera es la herida que está impresa en nuestro corazón enfermo por el pecado. Nuestro pronto es responder al mal con el mal. Es decir, pagar con la misma moneda, y eso, siempre, traerá idas y venidas de la misma naturaleza y moneda. Es decir, a más mal vendrá también más mal. O dicho de otra forma, la venganza engendra venganza.
La única manera de romper con esa espiral de violencia y venganza es renunciando a ellas. Y hacerlo, no porque no tengo otra opción, sino porque sé que con venganza no soluciono nada sino que engendro más violencia. Y es más, la respuesta que propone Jesús es el amor. No sólo se trata de no responder con violencia, sino responder con el bien. Es eso que nos propone Jesús cuando enseña a rezas a sus apóstoles: ... y perdona nuestras deudas como también nosotros...
El cristiano se identifica precisamente en eso, la no resistencia al mal y al responder a ese mal con el bien. Y esa actitud, inevitablemente contraria a su naturaleza humana, que le exige responder con violencia, no puede vencerla con sus propias fuerzas. Necesita la Gracia, y sobre todo, lo que ayer celebramos, la permanencia de Jesús en la Eucaristía, para, alimentados por su Cuerpo y su Sangre, podamos superar y vencer esas inclinaciones de vengaza como respuesta al mal recibido.
Danos, Señor, esa Gracia de suavizar nuestro corazón y de transformarlo en un corazón semejante al Tuyo para que, como Tú, Señor, podamos ser capaces de amar y responder al mal con bien. Te abrimos, Señor, nuestro impotente, limitado y pobre corazón para que, dejado en tus Manos, Tú lo llenes de verdadero amor hasta el punto de amar como Tú nos amas. Amén.
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