Sin darnos cuenta estamos inclinados a emitir juicios sobre los actos que realizan los demás. Los vemos y soltamos nuestro juicio sin reparar en nuestros propios actos ni en nuestras debilidades. Y, lo peor, es que liberamos o condenamos según nuestras propias apropiaciones y justicia. Quizás no nos hemos preguntado nunca, ¿quienes somos nosotros para juzgar la conducta de los demás? ¿Acaso estamos limpios del bien o del mal de nuestros propios actos? ¿Con qué derecho juzgamos los de los demás?
Y, alguien que busca y desea nuestra condenación está atento a esas nuestras debilidades para inclinarnos al mal incitándonos al juicio y condenar. Quiere que juzguemos y que condenemos olvidándonos de nuestros propios errores y pecados. Quiere, en definitiva, que no cumplamos con esa oración que nos enseñó Jesús y que nos invita a perdonar tal y como nosotros somos perdonados. Porque, esa es nuestra salvación, perdonar, porque somos pecadores, como nuestro Padre Dios nos perdona a cada uno de nosotros.
Y conscientes de nuestras debilidades y pecados y de nuestra impotencia para perdonar, te pedimos, Señor, que nos des la capacidad y humildad para, no sólo ver nuestros pecados y defectos, sino tener la mansedumbre y la misericordia de ver los defectos de los demás y poder perdonarlos. Quisiera, Señor, ser humilde y misericordioso para ver, detrás de las apariencias, a tus hijos como los ves Tú y, así, perdonar como Tú me perdonas a mí y a todos los hombres.
Señor, la misión no es fácil, pero, quieras o no, necesito transformar mi pobre corazón para que, encendido por tu Amor, llegue a ser misericordioso hasta el punto de perdonar a los que me ofenden tal y como Tú, Señor, haces conmigo. Amén.
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