Es indiscutible e indudable que Jesús sabe lo que nos propone. El Padre le ha enviado con una propuesta de amor, pero no un amor con condiciones y reglas, sino un Amor Ilimitado. Un Amor con el que el Padre nos iguala a todos y que derrama sobre buenos y malos. Un Amor sin distinciones y exclusiones. Un Amor que acoge a los que les aman y a los que se resisten a amarle. Un Amor hasta el punto de dar su vida por y para que los demás encuentren el camino de salvación.
Un camino al que se entra no por cualquier puerta, sino exclusivamente por la puerta estrecha. La puerta del sacrificio y de las privaciones. La puerta angosta donde se hace difícil seguir esa dinámica amorosa de darse y dar servicio y caridad seas amigo o enemigo. Y eso, Jesús lo sabe, no está a la altura del hombre y la mujer, pues su naturaleza está herida y tocada por el pecado y, en ellos, vive la soberbia, el orgullo, la envidia, la venganza y el egoísmo. Y eso se hace muy difícil vencer.
Y también nosotros lo experimentamos cada día al comprobar que amar a los amigos y a los que te interesa no resulta tan difícil, pero amar sin exigir y dándote es otra cosa. Porque, cuando amas por interés, amistad o das con la intención de recibir, no estás amando sino satisfaciendo tu ego personal. Sólo amas cuando realmente das sin esperar recibir y sin condiciones. Eso, a pesar de estar inscrito en nuestros corazones, pues hemos sido creados a semejanza del de Dios, está ahogado por nuestras pasiones y egoísmos humanos, y sólo lo podemos despertar asistidos y auxiliados por el Espíritu Santo.
Por eso, Señor, desde estas humildes líneas te pedimos, conscientes de nuestras dificultades y pobrezas, la voluntad y la fortaleza necesaria para resistirnos a las tentaciones de venganza, de justicia inmisericorde, de odio y de exclusiones, y de abrazar humildemente tu Amor Misericordioso para, injertado en él, entrar por la puerta estrecha que nos lleva hacia Ti. Amén.
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