Esos momentos difíciles y contrarios a las apetencias de nuestra naturaleza humana, por antonomasia, son necesarios para el crecimiento de nuestra fe. Realmente, los necesitamos, porque, solo se avanza y se camina cuando el sufrimiento y la dureza del propio camino nos exigen y nos compromete.
Tu fe se descubre cuando arriesga tu propia vida; cuando eres capaz de renunciar a lo que te humanamente te atrae y deseas; cuando, tal y como dice el Evangelio de hoy: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin...
Está claro, necesitamos padecer para experimentar y darnos cuenta de que dentro de nosotros hay una opción única - Jesucristo - por la que estamos dispuestos a renunciar a todo lo demás. Pero, también somos conscientes de las dificultades que viven dentro de nosotros. Nuestra naturaleza, herida y sometida por el pecado, es débil y fácil de vencer por el príncipe de este mundo - demonio - por lo que tenemos que estar vigilantes y en constante oración.
Pidamos al Señor la fortaleza, la valentía y la humildad necesaria para, siguiendo el único y verdadero camino, del que nos dan testimonio los apóstoles, le sigamos a pesar de los obstáculos que se nos vayan presentando en nuestras vidas; a pesar de las renuncias y dificultades que nos exigirán padecer y sufrir para sostener nuestra fe y seguimiento al Señor Jesús. Tengamos plena confianza que su Promesa será cumplida. Amén.
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