Me empeño, quizás movido por mis apetencias e inclinaciones humanas, a buscarte en las cosas de este mundo. Y no te encuentro. Posiblemente, me retire pronto de continuar la búsqueda, pues las seducciones con las que el mundo me tienta, me pueden y me vencen. Y, si mi empeño es fuerte, terminaré por darme cuenta que Tú, Señor, no perteneces ni estás - por supuesto - en este mundo.
No te encuentra entre las riquezas, ni en el poder; tampoco en las diversiones descontroladas ni en el éxito o fama. No te esconde tras los honores - porque no los buscas - ni tampoco estás entre los poderosos. Luego, ¿dónde te encuentras, Señor?
La respuesta que me das es simple: "Dentro de ti, en el centro de tu corazón". Sin embargo, es posible que te haya apartado para un rincón y me sea difícil, ante todas las cosas hermosas de este mundo, que te vea. Por eso, Señor, postrado ante Ti desde este mi humilde rincón de oración, te busco y quiero verte. Es eso lo que realmente te pido desde ese pobre corazón donde quizás te haya perdido y no haya sabido guardarte en el lugar más privilegiado y central.
Sé que no me será fácil encontrarte, y menos si te busco fuera de mí. Te pido que me des la sabiduría de saber dónde buscarte y de descubrir tu presencia en mi corazón. Te pido, Dios mío, que te hagas presente en mi vida y que me des una señal que yo pueda ver y advertir tu presencia para seguirte sin titubeos ni vacilaciones. Sé que has entrado en mí desde la hora de mi bautismo y quiero pedirte la Gracia de descubrir tu Amor y tu Infinita Misericordia. Amén.
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