La cuestión es que servir exige renuncias y olvido de ti mismo. Hablamos del servicio voluntario, del servicio sin gratificaciones, del servicio ofrecido simplemente por amor. Porque cuando trabajas por gusto, como decimos vulgarmente, lo haces por amor. No puedes encontrar otra razón, aunque no lo entiendas ni lo sepas.
Todo lo que haces, voluntariamente y gratuito, por tus hijos y familias, ¿por qué lo haces? ¿Por amor al arte? Lo haces por el compromiso que tienes con ellos. Pues bien, eso se llama amor. El amor es un compromiso. Es lo que nos dice Jesús hoy en el Evangelio. Él ha venido a darnos su vida para salvarnos, y lo hace de forma voluntaria y por amor, siguiendo la Voluntad del Padre.
También a nosotros se nos pide lo mismo. Servir por amor, no por ambición de poder y riquezas. Pero nuestra condición humana, y, por tanto, pecadora, nos lo pone muy difícil. Ya cayeron en la trampa los apóstoles. Sobre todo, Santiago y Juan, y también todos nosotros. Y eso puede resultar ser bueno, porque esa debilidad nos hace depender del Señor; nos hace necesitar al Señor; nos hace seguir al Señor y dejarnos invadir por la acción del Espíritu Santo, para que nos ayude, nos asesore y nos guíe por el camino de la renuncia y el servicio.
Pidamos al Señor las fuerzas necesarias para renunciar a todo interés y beneficio que obstaculice nuestra actitud despegada de servir a los demás, sobre todo a nuestros enemigos. Danos, Señor, la Gracia de poner todo nuestro entusiasmo en servir a tu estilo, renunciando a nuestros apegos y apetencias.
Es fácil decirlo y suena muy bien, pero somos conscientes de lo difícil de llevarlo y vivirlo en nuestra vida. Por eso, sabiendo nuestras debilidades y pecados, te pedimos, Señor, que nos ayudes a servir como a todos nosotros nos gustaría. Amén.
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