Quizás no veamos que nuestra vida está encorvada. Nadie piensa eso de sí mismo, y también le resulta difícil verse a sí mismo encorvado. Eso se deja para otros, y estamos ávidos a pensar así de los demás, pero nunca de nosotros. Esa es una de las razones por las que necesitamos alguien ajeno a nosotros para confesarnos.
Y si nos resulta difícil vernos así, más difícil será avenirnos a dejarnos curar cuando la ocasión se presente. La mujer encorvada acepto la compasión y el poder del Señor, y lo manifestaba glorificando al Señor. No es nada fácil dejarse tocar y curar por Jesús. Primero se necesita fe, y, confiado, aceptar el poder del Señor para curarte
Danos la fe, Señor, de dejarnos enderezar nuestra vida, torcida, desviada y encorvada por los caminos de este mundo, y de fortalecerla en tu Voluntad, para que nuestras propias cegueras no nos impidan dejarnos tocar en tu presencia, y enderezar el rumbo de nuestro camino.
Infunde en nosotros, Señor, la sabiduría de discernir lo importante, y dejar lo que sólo son tradiciones que, en muchos momentos, atentan y perjudican la vida del hombre. No es la ley lo que debe primar nuestra vida, sino la mediación de la ley al servicio del bien y del hombre. Está hecha la ley para servir al hombre.
Y, aparta, Señor, todas las normas que anteponen las leyes al bien de las personas, porque esas no nacen de corazones limpios ni misericordiosos que miran por y para el bien del hombre, sino de sus mezquinos intereses egoístas, que miran solamente para el mundo y sus egoísmos.
En Ti, Señor, nos abandonamos conscientes y confiados que la vida, don gratuito y hermoso, que nos has regalado, sea para servir y servirte en buscar el bien, la justicia, la paz para todos los hombres. Amén.
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