Aparta de mí, Señor, todo pensamiento que me tiente y me haga sentir higuera que da frutos. Porque en lo más profundo de mi carnalidad humana y pecadora, pienso así. Quiero, no creérmelo, pero la tentación siempre está ahí, y el demonio la aprovecha cuando la ocasión se le presenta.
Y son numerosas, porque son muy pobre, tanto moral como espiritual. Aunque las apariencias digan y den otra imagen. Sí, Señor, necesito el riego de tu Gracia, que haga fertilizar el estiércol de mi vida, sin la cual mi higuera quedará estéril y seca.
Sí, sé que tengo que cavar alrededor de mi vida, y enterrar todas mis miserias morales, mis tentaciones y ofertas de este mundo y mis pecados, para que regados, con y por tu Gracia, queden limpias para, bien cultivadas y fertilizadas, den frutos de Vida Eterna.
Gracias, Señor, por tu Misericordia, y por permitir que mi vida se sostenga un instante más. Gracias por darme la oportunidad de vivir cada instante de mi vida teniendo la posibilidad de cavar en mi higuera personal y, abonada con el estiércol y arena de mi vida, regarla con el Agua que Tú me regalas, por tu Amor y Misericordia, para que dé frutos.
Son tus frutos, Señor. Frutos que has puesto en mis manos pecadoras, y que, regalada la tierra de mi vida, esperas que cultivándola en tu Amor y Palabra, obtenga los frutos que Tú esperas recoger.
Gracias, Señor, por tu confianza y por tu amor. Es un reto recibir ese regalo, y me siento muy agradecido, pero también temeroso y asustado. Dame la sabiduría, la fortaleza y voluntad de emplearme con todas mis fuerzas para cultivar la parcela de mi vida que Tú me has entregado, para no fallarte, y a la hora que vengas a ver mi higuera, encuentre los frutos que esperas de mí. Amén.
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