Esa es la batalla que tengo cada día. Me cuesta hasta levantarme de la cama cada día. Empezar una nueva batalla me resulta pesado y molestoso. Instintivamente busco la comodidad, el entretenimiento, el gozo y la satisfacción de sentirme bien. Busco satisfacer todos mis sentidos y el mínimo esfuerzo. Busco el placer de ser alabado, admirado, escuchado, reconocido y... muchas cosas más.
Y en ese trajín de cada día, llevar un cruz me resulta incómodo, molesto y hasta pesado. Y, más todavía, cuando esa cruz se me atraviesa y me exige esfuerzos, verdad, denuncia, lucha y sacrificio, el mundo se me viene abajo y todo parece derrumbarse. Exponerme a que me insulten, no me reconozcan, no me alaben ni admiren, no me escuchen y, encima, me desprecian o relegan, me resulta muy duro.
Tienes razón, no es que te resulte, sino que es muy duro. Pera esa es la Cruz a la que subió el Señor. Esa es la Cruz que el aceptó voluntariamente por ti y, también por mí. Esa es la Cruz que le presentó el Padre, y que Él no rechazó, a pesar de todo lo que veía que le venía encima. Es la Cruz por la que vino a este mundo, y se hizo Hombre, naciendo de María. Aquella joven que también aceptó su parte de Cruz, porque ser la Madre del Hijo de Dios no es cosa fácil. En principio le ponía una situación difícil de entender y solucionar.
Pues, a ti y a mí nos presenta Jesús esa Cruz. Su Cruz, que quiere que compartamos con Él. Y lo hacemos en la medida que también nosotros aceptamos la nuestra. ¡Sí, la nuestra! Esa que te encuentras todos los día y que te cuesta mucho empezar cada mañana. Esa, la de cumplir con tus obligaciones; esa, la de esforzarte en amar al enemigo; esa, la de ser responsable y entregarte al servicio; esa, la de matar tu indiferencia y mirar al hermano caído o excluido y tratar de ayudarle. Esa, que te dobla la espalda y te hacer caer una y mil veces.
Esa es tu Cruz, la que Jesús llevó primero y por la que dio su Vida para salvar la tuya. Y la que quiere, y te llama, que tú también compartas con Él. No te va a dejar sólo, sólo quiere que tú confíes y creas en Él y te unas a su Camino. Camino de salvación en el que te acompaña y espera tu colaboración. Sólo tienes que pedírselo y veraz el resultado. Amén.
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