Acoger al Señor es, no sólo guardarlo en nuestro corazón, sino ponerlo en el centro del mismo hasta el punto que Él sea quien dirija nuestra vida. Luego, ya no soy yo sino Él quien vive en mí y dirige mi vida, como diría San Pablo. Como puedo suponer eso significa un cambio total en mi vida que la revoluciona totalmente.
Ahora, la pregunta es la siguiente: ¿Se produce eso en mi vida? ¿Experimento que es el Espíritu de Dios quien manda dentro de mí, o, por el contrario, sigo mandando yo? Porque, si es Cristo quien vive en mí, mi vida se transforma en gestos y obras según su Voluntad, y eso se nota. Se nota hasta el punto que influye también en los demás, pues, el amor, que son los gestos y obras de Cristo, son las que cambian a las personas. Todo lo que se haga desde y con amor es transformado. El amor es la razón de nuestra vida. Hemos sido creados por y para amar.
Pero, no nos equivoquemos, amar como ama Cristo y según Cristo no es cosa que podamos conseguir con nuestras propias fuerzas. Hay que salir de uno mismo y ponerse en Manos del Señor. Dejarse guiar por el Espíritu Santo, que para eso ha venido en la hora de nuestro bautismo, para fortalecernos, para alumbrarnos el camino y para asistirnos en nuestras dudas, necedades y confusiones. Él nos irá abriendo el camino y guiándonos por el camino correcto.
Pidamos al Señor esa disponibilidad por nuestra parte. Dejar entrar al Espíritu de Dios dentro de nosotros, guardarlo en nuestros corazones y abrirnos a su acción sin poner resistencia. Claro, sabemos lo pobres y pequeños que somos y que nuestra debilidad nos somete al poder del demonio, pero con la asistencia del Espíritu Santo podemos vencer y vivir en la Voluntad del Señor. Amén.
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