Soy un privilegiado, pero, quizás, mi mayor problema es que no me ha dado cuenta. Y no sólo eso, sino que tampoco sé dónde está mi privilegio. Porque, si pienso que está en el mundo me equivoco. El mundo me ofrece caducidad en todo lo que me puede dar, y mentiras y espejismos que, igual que aparecen desaparecen y queda el vacío, la desolación y la infelicidad.
Puedo pensar también que mi privilegio está en mis conocimientos, mi formación y preparación. También en el poder o la riqueza, o en la buena vida, las comodidades y los placeres. Pues bien, tanto en unos como en otros, vuelvo a equivocarme. La realidad me lo demuestra porque, en el mejor de los casos y pensando que todo vaya bien, lo que nos espera es la vejez y la enfermedad. Y, por mucho que tarde, son unos cuantos años que se van tan deprisa como que ya tenemos x años y no nos hemos dado cuenta como han pasado.
No, nada de eso. El mundo no me puede ofrecer esa felicidad eterna que busco, ni tampoco esa plenitud de gozo que tanto ansío. No, definitivamente, No. Así sí que puedo decir con toda garantía que no es no, porque mi privilegio es ser hijo de Dios y de tener la oportunidad de poder seguirle en el esfuerzo de hacer y cumplir su Voluntad, porque, sí, en eso consiste la plena felicidad eterna, en estar junto a Él y conocerle.
Por eso, mi mayor privilegio es descubrir los talentos que me han sido regalados y, siguiendo a Jesús, ponerlos en acción de forma de colaborar al bien y la verdad. Ese es el gran privilegio que tengo que descubrir, que tampoco voy solo, porque solo estaría perdido al quedar a merced del príncipe de este mundo - demonio - sino que me acompaña el Espíritu Santo, enviado por el Padre, para alumbrarme el camino que, Jesús, me ha dejado señalado.
Te pido, Padre, que me des la sabiduría de saber ponerme en brazos del Espíritu Santo para que, dirigido por Él supere todos los obstáculos y peligros que el mundo me presenta. Gracias Señor.
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