A simple vista y de pronto, sin pararme mucho, diría que creo en el Espíritu Santo. Y supongo que otros muchos también lo creerán así. Y así lo pienso desde mi propia experiencia, porque, si trato de pararme un poco y planteármelo seriamente, descubro que tengo muchas dudas y una ligera superficialidad en plantearme mi fe. Porque, ¿cómo descubro la seriedad de mi fe? ¿Acaso sigo los mismos pasos de Jesús? ¿Sé seriamente a dónde llevó a Jesús el Espíritu Santo? ¿Y me doy cuenta de que Jesús se dejó llevar y vivir según los impulsos y voluntad del Espíritu Santo?
Luego, planteados todos esos interrogantes en mi vida, que, confieso, no sé donde me vienen ni de donde salen desde de mí, tengo que confesar que eso de decir que creo en el Espíritu Santo deja mucho que desear y nace desde una ligera, débil y muy superficial fe y confianza en el Señor. ¿Qué, en qué lo noto? Pues en mis oraciones y silencios, en mis compromisos, en la aceptación de mi cruz, en el gozo y alegría de mi vida y de mi esperanza. En resumen, en mi servicio y entrega. O sea, en mi amor.
Ahora, también he de decir en honor a la verdad y humildad,que algo de fe sí que tengo Trato de buscar y de pedirle al Señor que aumente mi fe y mi confianza, a pesar de los trastornos y dificultades de mi vida. Trato de confiar en Él, pero no experimento ese gozo, alegría y esperanza que desearía experimentar y sentir. Quizás sea eso una prueba para tensar y medir mi perseverancia, mi persistencia, mi aguante y la capacidad de mi confianza. Eso me fortalece, lo experimento según escribo, y me anima a seguir pidiéndole esa fe que me lleve, por la fuerza del Espíritu Santo, a comprometerme en el servicio a los demás y a vivir por la vida, la verdadera vida que nace del Amor originario, que eres Tú, mi Señor, y que se concreta y experimenta en el servicio y amor a los demás.
Todo eso te lo pido Señor, porque, Tú, mejor que yo, sabes lo lejos que estoy de recorrer tu mismo camino. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario