Es verdad que la fe siempre implica duda y que siempre andaremos en esa tesitura pasible de sufrir tentaciones y vacilaciones que amenazan nuestra fe. Pero, esa exigencia de sostenerte en ella es la prueba de que te fías y confías en el Señor. De modo que, necesitas la duda y la tentación como prueba de tu buena y fiel intención de, a pesar de tus dudas y debilidades, fiarte del Señor.
Por eso, Señor, creo en tu Palabra, y, a pesar de mis dificultades y debilidades, me fío de Ti y, lleno de dudas y miedos, sigo tus pasos y camino según tu Palabra poniendo todo mis fuerzas en no caer, fallarte y defraudarte. Tú, mi Señor, eres el enviado del Padre y quien me anuncia y descubre su Infinito Amor, y, cumplido mi rescate con tu muerte de Cruz, limpias mis pecados y ganas el Amor del Padre misericordioso devolvíéndome la dignidad de ser su hijo. ¿Qué puedo decir y cómo puedo dudar?
Gracias, Señor, es lo único que dejan escapar mis pobres y míseros labios de esa humilde garganta que exulta la alegría de mi atormentado, desesperado e inquieto corazón. Gracias, Señor por regalarme esa posibilidad de, depositando mi fe, llena de dudas y atormentada por mi razón, en tus brazos y dejarme llevar por el Espíritu de la Verdad que, por tu Amor Misericordioso, has convenido poner en mi camino para orientarme, guiarme y conducirme a la Casa de tu Padre.
Un Padre que, lleno de Amor y de alegría me espera y me tiende sus brazos como bien me lo enseñaste y anunciaste con esa hermosa parábola del Padre amoroso o hijo pródigo. Me sabe a poco, Señor, exclamar solamente gracias, pero mis palabras son tan limitadas y cortas que todo lo que pueda decirte me sabrá siempre a poco. Sencillamente y humildemente, gracias, Señor.
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