No es el camino buscar a Jesús con la razón y con la exigencia de pruebas que te satisfagan y te demuestren que ha Resucitado. Y no lo es, porque, incluso dadas estas, te quedaría igual y buscarías justificaciones para traicionarte y autoengañarte. La autotraición busca justificar tus mentiras y falsedades. Ya lo dijo Abrahan en la parábola del rico epulón - Lc 16, 19-31 - cuando advirtió a aquel epulón - valga la redundancia - que "si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite."
Búscalo dentro de ti. Es ahí donde Dios ha puesto esa chispa - el alma - que inquieta tu vida y te mueve a buscarle. Esfuérzate en dar respuesta a esa inquietud - llamada - que está impresa en tu corazón. No te exijas grandes cosas, ni grandes hazañas. Dios te quiere para algo concreto y, posiblemente pequeño. Piensa en María, ¿qué hizo? Nada extraordinario, simplemente obedecer la Voluntad de Dios. Es Él quien hace todo lo demás.
Por eso, aparentemente, toma lo más débil, lo más humilde y pequeño. ¿No lo advierte en la obra de Dios? Él se renueva cada día, cada instante dentro de ti y te invita a dejarte guiar por el Espíritu Santo, ese Espíritu de Dios que ha bajado a ti también en la hora de tu bautismo, tal y como lo hizo con y en Jesús en el Jordán. Todo lo demás correrá de su cuenta. Eso sí, no te será fácil ni cómodo. El camino que Dios nos propone lleva una cruz que tendremos que cargar. En eso son ejemplos hermosos y extraordinarios María y José, así como los apóstoles y muchos más.
Jesús ha Resucitado y Vive en cada uno de nosotros. Nuestro cometido es prepararle un lugar dentro de nuestro corazón para que, desde ahí, reine en nosotros y dirija nuestra vida según su Voluntad, que no es otra que nuestro bien, la de llevarnos a su Gloria para el gozo y felicidad eterna. Amén.
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