Es innegable que todos buscamos y queremos que nuestra vida no tenga fin. Es decir, que sea eterna, pero, ¡claro está!, una eternidad de gozo y felicidad plena. Una felicidad que aquí abajo - en este mundo - nunca conseguiremos durante el tiempo de nuestra vida. Pero, ¿cuál es el camino a seguir para encontrarla?
¡Está muy claro, Jesús!, cuya Palabra tiene siempre cumplimiento nos lo ha dicho el mismo. De modo que no hay más que decir, también nosotros, si estamos injertados en Él, resucitaremos en y por Él. Por tanto, regresemos a la Casa del Padre sin miedos y confiados en su Infinita Misericordia.
Nos acogerá con los brazos abiertos y nos devolverá, por su Infinito Amor, nuestra dignidad de hijos perdida por el pecado. Te lo pedimos, Señor, con humildad, alegría y esperanza. Conocemos, por cuanto has hecho y haces cada día, tu Infinito Amor Misericordioso y, apoyados y descansados en él nos levantamos humildemente y regresamos a tu Casa. Te damos las gracias. Amén.
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