La dificultar por la que nos cuesta creer es, precisamente, porque el camino se nos inclina, se nos hace pesado y duro. Recorrerlo es remar contra corriente y aceptar padecer y hasta sufrir. En esas circunstancias, creer exige una fe firme y profunda. Y no es nada fácil. Además, la fe es un don de Dios que debemos pedir y esperar pacientemente a que el Señor, nuestro Padre Dios, no la conceda. Precisamente, la prueba, es confiar y esperar. Y creo que eso fue lo que sucedió con los apóstoles. A pesar de su incredulidad, ellos permanecieron, eso sí, asustados y llenos de miedos, reunidos y expectantes. Y, el Señor, respondió a esa espera.
Y es que Dios la da - fe - a aquellos que se fían de su Palabra. Incluso, a pesar de las dudas, de los pecados, de las huidas y traiciones, de las caídas y egoísmos. La da a aquellos que insisten, que la buscan, que quieren ser felices y descubren que el mundo no les puede dar esa felicidad que los llene plenamente. La da - la fe - a aquellos que perseveran y que le esperan. Así se le aparece a los apóstoles que, a pesar de sus dudas permanecen unidos y expectantes.
Señor, te pedimos que sostengamos esa expectativa de espera, de búsqueda y que perseveremos abiertos a tu venida y presencia para acogerte y abrirnos a tu fe. En Tí, mi Señor, pongo toda mi confianza para que me des esa fe que me mueva a buscarte como razón y alimento espiritual de mi camino, de mi verdad y mi vida. Amén.
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