Corremos el riesgo de que nuestra buena tierra, la de nuestro corazón suave y bueno, se endurezca e impida que la semilla plantada en él eche raíces y dé buenos frutos. Los afanes y ambiciones de este mundo pueden ahogar esa semilla de fe sembrada en nuestros corazones. Por tano, estemos vigilantes y atentos a no desviarnos del Camino, de la Verdad y de la Vida.
Y es que, solo en la cercanía de Jesús y siguiendo sus huellas lograremos suavizar y ablandar la tierra de nuestro corazón, para, luego acoger la semilla de la fe sembrada en él y favorecer su crecimiento hasta el punto de convertirnos en testigos fieles de su Resurrección. Danos, Señor, la fortaleza y firmeza de la fe, para disipar toda duda y, por el contrario, nos afirme en ser testigos fieles de su Resurrección.
Danos, Señor, la fortaleza y firmeza de la fe que disipe toda duda y nos afirme en ser testigos fieles de tu Resurrección. Envíanos, Señor, tu Espíritu y nuestros corazones serán de nuevo creados. Amén.
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