Supongo que María conocía al Señor. Supongo que María sabía que su pueblo esperaba al Mesías, al Libertador del pueblo de Israel, y supongo que todas las mujeres se sentirían dichosas de ser elegida Madre del prometido Mesías. La cuestión era cómo esperarlo y qué Mesías esperaban.
Porque tal como se presenta el Mesías no apetece mucho ocupar el papel de madre. Un niño pobre, y en un matrimonio todavía no consumado. Una situación problemática y difícil de aceptar. Lo lógico, lo que pasa por la mente de cualquier madre, y más cuando se espera un Mesías, un Libertador, un Rey, es recibirlo con honores y distinciones. En una familia distinguida, bien situada y hasta poderosa dentro del pueblo.
No resulta ni se imagina nadie que Dios envíe a su Hijo para ser el Hijo de una joven desposada con un joven, justo, pero simple carpintero. Y que pretenda que la joven quede en cinta sin todavía conocer varón. ¿No nos parece eso cosa de loco? Da la sensación que Dios pretende poner la cosa difícil. Y creo que así es. La fidelidad se descubre y testimonia en las difícultades y en el riesgo. Las cosas seguras son aceptadas por todos.
El amor necesita pruebas para afirmarse y descubrirse. Y María y José dieron la talla. ¿Estamos nosotros dispuestos a darla también? Eso es lo importante, estar, porque lo demás corre por cuenta de Dios. No nos asustemos, no queramos entender las cosas antes de tiempo. El tiempo no cuenta para Dios. Quizás para entender lo que Él te pide necesitas más tiempo de oscuridad para apreciar la luz.
Te fe como María y José y espera que el Señor te muestre las señales y el camino. Ves que a María y a José se las mostró. A ti y a mí también nos lo mostrará, porque es Él el primero que quiere guiarnos a la salvación.
¡Ven Señor Jesús que tus siervos te esperan!
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