Me doy cuenta que en muchos momentos de mi vida, las dudas aparecen siempre. Son dudas que nacen de mi propia naturaleza contaminada por el pecado. Y es que no podemos olvidar que somos pecadores, y eso significa que vivimos en el error y la hipocresía. El error de creernos capaces de entender a Dios y su Palabra y que podemos, con nuestra propia suficiencia, encontrar la luz, el camino y la verdad.
Jesús nos lo dijo claramente cuando nos invita a dejar el hombre viejo y nacer de nuevo - del Espíritu de Dios. Es decir, del Espíritu Santo que nos fortalecerá con la fe y la sabiduría que nos abre a la verdad y al amor de Dios. Reconozcamos, por tanto, nuestros pecados y dificultades que nos salen al paso en nuestra vida impidiéndonos encontrarnos con el Señor.
La tentación está presta y lista para abordarnos y seducirnos. Necesitamos confiar en el Señor y arropados en la comunidad y la oración encontrar la fortaleza, la luz y que nos guie al camino que nos lleve al encuentro con el Señor. Y eso es lo que hoy, como ayer hizo el leproso, pedirte, Señor, que nos limpies de nuestras propias lepras. La lepra de la duda; la lepra de la individualidad; la lepra de la negación e incredulidad y de tantas otras lepras que nos asaltan y nos tientan.
Danos, Señor, la perseverancia y firmeza de sostenernos fieles a tu Iglesia. Esa Iglesia que Tú dejaste constituida y formada en Pentecostés apoyada en tus apóstoles y que ha seguido caminando, con sus imperfecciones, pecados y errores, pero, siempre con la buena intención de servir y amar, como Tú le mandaste. Y que, guiada por el Espíritu Santo, los poderes del infierno no prevalecerán contra ella - Mt 16, 18 -.
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