No parece agradable ni bueno. ¿A quién le gusta sufrir y caminar con una cruz a cuesta? Es obvio que a nadie. Sin embargo, constatamos que la vida tiene muchas cruces. Y, queramos o no, tendremos que tomarlas, pues no nos queda otra alternativa. De nada vale tratar de esquivarlas - nunca podrás - porque al final la muerte - lo más cierto que hay - te llegará. Y te llegará a través de muchas cruces en tu vida o, quizás, sin apenas darte cuenta. Pero, el resultado final es que te llegará.
Dicho esto, podemos converger en que lo único y verdaderamente importante es ver de qué manera podemos vencer esa cruz que nos desafía y nos martiriza. Y lo hacemos siguiendo al Señor y, abrazado a Él, abrazar también nosotros nuestras cruces aceptándolas y ofreciéndolas junto a la del Señor, completando la obra redentora del Señor por su Misericordia y su Amor.
Gracias, Señor, porque con tu Muerte de Cruz nos has salvado y nos has dejado un camino para que, voluntariamente por amor y misericordia, podamos también nosotros agregarnos, con nuestras pequeñas y humildes cruces, a la Infinita Misericordia de tu Amor. Por eso, Señor, aceptamos seguirte, porque sabemos de tu Bondad y tu Misericordia y de que nos dices la verdad. Detrás de la Cruz se esconde esa salvación que Tú, con tu muerte, nos ofrece de forma gratuita y por amor.
Un camino de cruz que nos lleva a encontrar esa felicidad que buscamos y que se eterniza en esa Vida Eterna en la Casa del Padre. Amén.
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