Necesito abrir mis ojos para verte, Señor, en aquel necesitado que tú citas en tu parábola del buen samaritano. Porque, no escondo lo difícil que me resulta verte en los pobres y necesitados. Y más difícil todavía cuando muchos no se abren a recibir la ayuda, sino que utilizan esa ayuda para su conveniencia y no para mejorar y salir de esa pobreza. Se sienten cómodos instalados en esa actitud de necesitado. Y, ¡Señor!, no sabes que hacer. Sí detenerte y servir o si seguir tu camino.
Tú, Señor, a pesar de mis rechazos, mis desplantes y mis pecados, no me abandonas. Eso sí, me das libertad para que yo decida si abrirme a tu ayuda, a tu Palabra y a tu Gracia, o que siga mi camino con mis ideas y mis proyectos. Es lo que nos has enseñado con aquella parábola del Padre amoroso y misericordioso - hijo pródigo - y eso abre mis ojos para, a pesar de las actitudes de los necesitados, no deponer nuestra disponibilidad y nuestra actitud de servicio.
Pero, también descubro, Señor, mis debilidades, mis miedos, mis temores y egoísmos. Me cuesta complicarme, darme, entregarme al servicio, sobre todo de los más pobres y necesitados. Busco recompensas aunque las rechaces, pero la tentación siempre está presente. Dame, Señor, la Gracia de ser desprendido, de convertir mi corazón endurecido y egoísta en un corazón dado, servicial y compasivo como aquel samaritano. Un corazón entregado a dolerse por el sufrimiento y dolor del necesitado.
Y con esa intención llena de esperanza y confiado en tu Gracia, camino, Señor, tratando de no desviar mi mirada de aquel que, quizás caído y dolido, espera mi servicio y ayuda. Amén.
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