El hombre no ha sido creado para la soledad. Le ha sido dada una compañera para que, unidos, den vida y formen familia. Esa ha sido la Voluntad de Dios desde el principio. Nos lo recuerda hoy Jesús en el Evangelio: (Mc 10,2-16): En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?». Él les respondió: «¿Qué os prescribió Moisés?». Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que...
Ahora, el hombre y la mujer piensan de otro modo. Sus corazones vuelven a estar endurecidos, seducidos por el egoísmo y el placer, y idean su proyecto de vida. No se unen, se juntan y se separan. No se quieren para conocerse, amarse y acompañarse durante caminen por este mundo. Se juntan para darse placer, intereses y utilizarse el uno del otro. Y luego, hará presencia la soledad. Es lo que estamos viendo. El hombre da la espalda a Dios. Se cree suficiente y hasta capaz de dirigir su propia vida y el mundo. Las ideologías y la bioideología son manifestaciones de esa independencia y superioridad. ¡Acaso piensan que son como Dios?
Ante este paso que el mundo está tomando, pidamos al Señor que nos dé un corazón joven, nuevo, sostenido en el amor y la unidad. Un corazón humilde y capaz de amar y compartir. Un corazón de vivir en unidad y conocimiento del ser amado para, en familia compartir solidariamente en la sociedad de la que la familia es su célula. Pidamos la unidad en el amor conyugal y fraternal para que el mundo se mantenga unido. Porque, en definitiva, el mundo es una sucesión de familias unidas. Y si se rompe la familia, también se romperá el mundo. Hay un ejemplo muy claro, que cada uno piense y mire de donde viene.
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