Experimento mi egoísmo, y lo experimento a pesar de no querer responder a sus deseos. Deseos posesivos e interesados; deseos de no mirar sino para mí sin preocuparme el otro. Siento la fuerza egoísta de mi ser que me somete y me encadena. Y lo peor, que tomo conciencia que no puedo escaparme.
En este contexto vital, mi vida se debate en una lucha sin cuartel. Quiero, Señor, buscar tu puerta y entrar en tu redil, pero los peligros aquí afuera, en este mundo hostil y de espaldas a tu llamada, me someten y me inclinan hacia otras puertas más sugerentes, más atractivas, más apetecidas, pero de forma aparente, porque la experiencia de mi propia vida me habla de vacío y tristeza una vez que te sumerge y adentras.
Yo quiero entrar por tu Puerta, Señor. A pesar de su mala publicidad y su forma de Cruz. Yo quiero esa Puerta, en principio con cara de terror, de miedos y sufrimientos que exigen renuncias y sacrificios. Sí, yo la quiero porque sé que detrás está Tú, el Buen Pastor, y en Ti encontraré el gozo, la alegría, la felicidad y la paz.
Pero sé que no puedo entrar yo sólo. Necesito tu Fuerza, tu Gracia y tu Espíritu. Dame Señor el empuje que necesito para, liberado de las influencias de las otras puertas, sólo abra la Tuya, la única y verdadera Puerta que nos salva. Amén.
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