No está todo el peligro en nuestras debilidades y limitaciones. Somos pecadores, eso ya lo sabemos, y por lo tanto, reconocemos que fallamos y que dejamos mucho que desear. Pero eso no debe llevarnos a darnos por vencido y a pensar que siempre somos los mismos. Decimos y decimos y siempre igual, no cambiamos y la rutina nos empieza a meter en la cabeza que, o no podemos o siempre lo mismo. Así que para eso mejor abandonar y a vivir la vida a nuestra manera, que nos apetece.
El diablo no pierde el tiempo y aprovecha nuestras limitaciones para hacernos ver que siempre lo mismo, que somos unos mentirosos y mejor hacer lo que nos gusta y nos apetece. ¡Nada de eso! Saber lo que somos nos identifica y nos descubre nuestra identidad, nuestra historia. Somos un pueblo redimido, hermanos menores del pueblo elegido por Dios y al que, enviando a su Hijo predilecto, redimió del pecado ofreciéndoles la salvación eterna.
Nos sabemos pecadores, indigno de ser amados y salvados por nuestro Padre Dios. Experimentamos la vergüenza de sentir que cansamos de fracasos y pecados a Dios, pero escuchamos, en su Hijo Jesús, el inmenso Amor que Dios nos tiene y de que Él ha sido enviado para salvarnos. Incluso hasta el extremo de una muerte de Cruz.
Y eso nos conforta, nos anima, nos llena de esperanza, nos levanta como al hijo prodigo, nos consuela y nos imprime fortaleza para continuar, aunque heridos el camino de salvación detrás de tu Hijo, Señor, que nos acompaña en su Espíritu y nos asiste a pesar de nuestra pobreza y pecados. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario