No puedo dejar de sentir lo que este mundo me invita a sentir, porque, el mundo, está lleno de sentimientos de venganza y de odio. La semilla de venganza anida en mi corazón que no entiende de paz sino de lucha y respuestas que engendran odio y enfrentamientos. La ley responde al deseo de justicia que el hombre exige como respuesta a la ofensa recibida.
¡Y ahora, Tú Señor, me hablas de poner mi otra mejilla, para que continúen ensayándose y aprovechándose de mi pasiva respuesta! Es verdad que mi respuesta de violencia engendrará más violencia, pero mi corazón herido no soporta tanta humillación ni tiene la humildad necesaria para aguantar sin ensoberbecerse y vomitar todo su odio y deseo de venganza. ¡No puedo Señor!
Pero, ¿cómo un Padre tan bueno me pide ese esfuerzo de amor y paz? ¿Seré capaz de hacerlo? Tú Señor me lo has enseñado, no sólo de palabra sino que lo has hecho vida en tu propia Vida. Te has humillado abrazando la Cruz y entregándote a la muerte por amor a nosotros. ¡Tú, el Señor, que eres el Hijo enviado para salvarnos te has abajado! ¿Se puede dar más? ¿Se puede amar más?
Y si Tú me lo pides Señor es que, con tu Gracia, yo también podré hacerlo. Ya muchos que han creído en tu Palabra y te han seguido lo han conseguido. Dame, pues, también a mí la Gracia de tu Amor Inmenso para poder ser reflejo de tu Amor y amar a mis enemigos.
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