A nadie se le esconde la deuda que tiene con otros. Es posible que no esté en sus manos lograr saldar esa deuda, pero si es posible que en su corazón quede saldada. Y digo esto porque el perdón no es cosa de uno, sino de dos o más. Y dependerá de que ese uno u otros acepten tu perdón o no lo hagan. Pero, al margen de eso, si tú corazón está abierto al perdón, tú has perdonado y nada más podrás hacer.
De la misma manera, tanto tú como yo, tenemos el perdón de Dios. Su locura de Amor es tanta que somos perdonados. Sin embargo, muchos lo aceptan y ofrecen su compromiso de no volver a rechazarlo (lo hacemos cuando pecamos), y otros lo rechazan, son indiferentes, o simplemente, ni lo escuchan, ni se plantean el tener que necesitarlo para nada. Se sienten prepotentes y se bastan ellos mismos.
Yo, Señor, me postro a tus pies y te suplico me concedas la Gracia de superar mi soberbia, mi orgullo, mi suficiencia, mi egoísmo y mi vanidad para, humillado y abajado de mi pedestal humano, sea capaz de perdonar tal y como Tú me perdonas mis pecados cada día.
Porque sé, Señor, que en la medida que sea perdone, yo también seré perdonado por Ti. Pues es tu promesa (Mt 6, 7-15) y Tú lo que dices lo cumples porque tienes Palabra de Vida Eterna.
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