Hay varias formas de caminar. Supongo que a muchos nos sucede que en la medida que avanzamos en el camino, bien por el cansancio, por el calor u otras circunstancias, el camino se hace pesado y pasamos indiferente ante él. Es decir, no lo saboreamos, ni lo descubrimos ni nos enteramos. Será una caminata más, sin penas ni gloria y que se suma a la rutina acostumbrada.
Otra forma será la de aquellos que van animados en sus conversaciones, distraídos en sus aficiones o ensimismados en sus objetivos que no ven lo que sucede a su derredor ni muestran interés por descubrirlos. Para esos, el camino es una ocasión para, a parte de pasarlo bien, que es bueno, quemar un rato necesario para continuar la marcha de cada día.
Y, para otros, el camino significa avivar los sentidos, estar despiertos y con los ojos bien abiertos e ir atentos en cada paso a lo que sucede, lo que se mueve, lo que necesita algún cuidado o reparación y lo que es factible de mejora o renovación. Porque el camino nunca es igual. El próximo año estará más desgastado y necesitará reformas, nuevas formas de recorrerlo, para que, aunque la meta sea siempre la misma, la forma de alcanzarlo al ritmo de tus pasos sea siempre tu objetivo.
Un objetivo al que sólo se podrá llegar a través de un mismo y único ritmo de pasos, el amor. Porque sólo caminando en Él, el Señor, podemos avanzar con garantías de victoria.
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