Nunca la subida a Jerusalén puede significar enfrentamiento. Si es así no estamos subiendo, como Jesús, a Jerusalén. Subir a Jerusalén significa renuncia, libertad, entrega, desapego, generosidad y, sobre todo, amor. Todo menos enfrentamientos, luchas, envidias, diferencias, divisiones y desunión. Porque para eso no hace falta subir, podría también conseguirse quedándose abajo.
Subir a Jerusalén exige capacidad de sufrimiento, de soportar bofetadas, insultos, molestias y todo tipo de rechazos que nos duelen y hasta nos puede costar la vida. Jesús, empeñado en subir, hizo saber a sus apóstoles y discípulos que era necesario. Y que lo había que hacer despojado de todo poder y de toda actitud que provocará violencia y enemistad. Porque la escalera para subir es el Amor.
¿Y yo Señor? ¿Entiendo que hay que subir y cómo hay que hacerlo? ¿Soy capaz de atreverme a seguirte despojado de toda actitud violenta y dispuesto a soportar por amor? Claro que no lo soy, pero contando contigo, que me lo has prometido, si que podré hacerlo.
Dame Señor la Gracia de saber administrar, por amor, tus regalos y tu misericordia, para que siguiendo los dictados de tu Espíritu sepa darme, entregarme y servirte en los hombres que me rodean. Amén.
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