Amar a Dios no parece tan difícil. Cumplir los preceptos dominicales, de oración y con las obligaciones de la Iglesia no nos resulta tan cuesta arriba. Pero el Señor nos dejó algo más duro y casi imposible de cumplir. Se trata del amor al prójimo. No podemos decir que le amamos si no amamos al que está a nuestro lado; a aquel que vive cerca y se cruza en nuestro camino.
Son esos, los que tropiezan en nuestra vida cada día los que nos dan la oportunidad de demostrarle al Señor que le amamos, y los que nos ayudan a, sirviéndoles, cumplir con la Voluntad del Señor. Es esa la dificultad de cumplir la Voluntad de Dios y los que, oyendo su Palabra la cumplen amando a los demás están cumpliendo su Voluntad tal y como Dios quiere.
Así lo hizo María y muchos discípulos y mujeres que le acompañaron, y tendremos que hacerlo también nosotros si queremos ser sus discípulos y seguirle. No vale simplemente cumplir con los preceptos sino amar con la vida.
Por eso toca pedírselo y suplicarle nos llene de su Gracia y fortaleza para ser capaces de vivir en su Amor y fortaleza. Sin Él no podemos conseguirlo, porque amar como Él nos ama está por encima de nuestra naturaleza enferma y tocada por el pecado. Pero en Él y con su Gracia podemos conseguirlo.
Dios no nos propone nada que no podamos hacer. Es verdad que solo no podemos, pero con Él y con su Gracia somos lo suficientemente fuertes para vencernos y darnos en servicio y justicia a los demás.
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