Es posible que sepa que soy hijo de Dios, pero otra cosa es que me lo crea. Y, más aún, que viva de acuerdo con esa creencia. Porque vivir como hijo de Dios es mirarle como Padre e imitarle en el Hijo que ha venido a revelarle y a mostrarnos lo que nos quiere.
Y es que no parece que lo tengamos claro, cuando nuestra vida no va muy acorde con nuestra creencia. Le rechazamos con nuestras actitudes negativas; le rechazamos cuando priorizamos nuestra voluntad a su Voluntad; nos oponemos a sus mandatos cuando preferimos los nuestros. Seguimos prefiriendo cumplir el sábado antes que seguir el mandato del amor que Dios ha sembrado en nuestro corazón.
Posiblemente prefiramos cumplir antes que amar, porque el amor compromete y exige esfuerzo, cerrarse los ojos a veces y ofrecer el perdón sin detenernos a pensar o razonar. Porque nuestros criterios humanos nos traicionarían. Y, en lugar de caminar en esa actitud y esfuerzo, criticamos a los que se esfuerzan e intentan amar por encima de los cumplimientos.
Conscientes de nuestros pecados y reconociendo nuestras culpas, te pedimos, Señor, nos conceda la sabiduría de discernir donde está la ley y donde el hombre, creado por amor y para amar. Amén.
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