Posiblemente no valoramos la vida sino cuando la tenemos en peligro. Posiblemente la exigimos como un derecho que nos pertenece, sin pensar que la hemos recibido de Dios, y que la perderemos, al menos en este mundo, para, compartiéndola con Xto. Jesús, ganarla para la eternidad.
Todos nuestros esfuerzos van dirigidos a prolongar la vida. Y no hay mayor susto y disgusto que cuando nuestra vida está en peligro, ya sea por enfermedad, por circunstancias de riesgos o enfrentamientos. Siempre hay esperanzas, acostumbramos a decir, menos para la muerte. Y es que perdida la muerte se acaba todo.
Sin embargo, para el creyente la vida de este mundo no tiene la última palabra. Sin escatimarla ni despreciarla, ni tampoco serle indiferente, la vida terrenal es un camino para alcanzar la Vida Eterna. La Vida gozosa y feliz vivida en plenitud. Teniendo esa perspectiva y esa promesa, no de un cualquiera, sino por Aquel que tiene autoridad y poder para cumplirlo, los creyentes en Jesús de Nazaret, Señor de la Vida y la Muerte, caminamos esperanzado llenos de gozo y felicidad.
Y hoy es uno de esos días que la Palabra del Señor nos habla de la Resurrección. Jesús nos manifiesta su Poder sobre la muerte, y en ese hijo único de la viuda de Naín, compadecido de su dolor y llanto, nos revela el horizonte que nos espera a aquellos que le siguen y creen en su Palabra.
Gracias Señor Jesús, el Hijo de Dios Vivo, que has venido al mundo a salvarnos del pecado y a darnos Vida Eterna, Vida abundante bañada en gozo y felicidad. Gracias por tu Cruz, Señor, en la que has dado tu Vida para devolvernos la nuestra muerta por el pecado.
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