El Bautismo es la puerta, Señor, por la que entras en mi. Posiblemente, Tú, ya estás desde el principio, porque de Ti vengo, pero has querido pedirme permiso para morar dentro de mi corazón, y el Bautismo, que mis padres me han regalado, por tu Gracia, es el instante en que Tú reinas en mi corazón.
Sin darme cuenta he crecido junto a Ti. Le doy gracias a mis padres porque, al menos, ellos han permitido acercarme a Ti, y ahora que soy mayor quiero, Señor, reafirmar mi fe en Ti, darte permiso y pedirte que la aumentes y enciendas en mi corazón.
No es fácil seguirte, y menos en este mundo mío, donde prima el bienestar, el éxito, la juventud, la riqueza, la belleza y el buen tipo. Todo el camino de nuestras vidas redunda en esa dirección, que no lleva a ningún sitio, sino al vacío y sin sentido. Todo termina en muerte. Y yo, Señor, quiero salir de ese mundo que no habla en verdad ni en justicia, sino que miente y engaña. Sus promesas son falsas y no se cumplen.
Sin embargo, todo en Ti, Señor, tiene cumplimiento. Y hoy, una vez más se cumple la profesía: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz».
Tú, mi Señor, tienes Palabra de Vida Eterna, y quiero pedirte que esa Luz nazca en mí también. Dame, Señor, la sabiduría y la capacidad de discernir el bien del mal, y alumbra mi vida para que se dirija por el camino que Tú nos marcas y señalas. Dame, Señor, la Gracia de responder a mis compromisos sacerdotal, profético y de rey que he recibido en el Bautismo, y vivir coherentemente con ellos en mi vida.
Quiero seguirte Señor, no sólo, pues soy humano, por todo lo que Tú me das: la vida, la felicidad y la eternidad, sino porque Tú eres la razón de mi verdad y existencia. Y necesito tu Luz para poder comprenderlo y experimentarlo. Gracias Señor. Amén.
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