A partir de aquel día, cuando los Magos y los pastores adoraron al Niño Dios en Belén, y hasta hoy, muchos hombres de la tierra han adorado y adoran a ese Niño Dios. Y yo también quiero adorarte, Señor. Porque Tú eres el Hijo de Dios Vivo. Dios hecho Hombre, que has venido a este mundo para sacarnos de la esclavitud del pecado y ofrecernos un vida eterna dichos a tu lado.
Pero, ¿dónde puedo adorarte yo Señor? Los Magos de Oriente se movieron estimulado por aquella luz que les llevó hacia Ti, saliendo de sus casas y, a pesar de los riesgos del camino, emprendieron la marcha de búsqueda. Pero, ¿yo me muevo? ¿Y por qué? Esos interrogantes nacen dentro de mí y buscan respuestas.
Y yo, Señor, que sé que estás en Cuerpo y Alma, bajo las especies de Pan y Vino, en el Sagrario de cada Iglesia o capilla, quiero visitarte y pasar un rato contigo, cada día, adorándote y contándote muchas cosas de mi vida. La buenas, pero también las malas, las que me pesan y me hacen caer; las que me dificultan el camino y amenazan con alejarme de Ti. Pedirte fuerza y sabiduría para discernir siempre lo bueno de lo malo, y valor para desechar todo aquello que me aleja de Ti.
Dame, Señor, la perseverancia e ilusión de moverme como aquellos Magos de Oriente, para estar siempre en movimiento de búsqueda y camino hacia Ti y contigo. Y, llenándome de ese Amor con el que Tú me amas y me das, poder yo también, en tu Nombre, amar a todos los hombres que pasan por mi vida y necesitan de mí.
Porque, sé, Señor, que cuando atiendo, sirvo y me doy a los demás, te estoy atendiendo, sirviendo y dando me a Ti. Porque cuando sirvo algún hombre o mujer aquí en la tierra, te estoy también abrazando a Ti en el Cielo. Amén.
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