Mi luz es pobre, y, además, no tiene la energía suficiente para permanecer encendida a cada instante. Es tenue y con poca intensidad. Necesita fuerza y una fuente de alimento que la encienda más y la mantenga permanentemente encendida. Y, Tú, mi Señor, eres esa Luz que alumbras mi vida y, reflejada en mi humilde persona, por la Gracia de tu Espíritu, alumbra a los demás.
Dame, Dios mío, esa energía que alimenta toda mi vida y la transforma en antorcha luminaria que alumbra y encandila a todos aquellos que pasan a su alrededor. Dame la sabiduría de ser luz nítida, clara y sin sombras que la oculten o la hagan parpadear. Dame la firmeza de ser luz firme, roca y segura que dé confianza y alumbre los pasos, tanto de mi vida como lo de los demás que caminan a mi lado.
¿Qué gran responsabilidad, Señor? Responsabilidad que carga mis hombros y los hunde en la oscuridad del camino, que sin Ti me sería imposible recorrer. Gracias, Señor, porque en tu Espíritu mis pasos son seguros y confiados por su presencia. Y en Él descargo todo el peso que me impide avanzar. Gracias, Señor, porque, dentro de mis inseguridades y miedos, experimento la seguridad y confianza de tu aliento, de tu sabiduría y de tu impulso.
Gracias, Señor, por los hermanos que me animan con sus palabras de aliento, de agradecimiento y de colaboración. Gracias por tantos me gustan y compartir de mis hermanos en FaceBook; gracias, Dios míos, porque eso descubre y revela tu presencia. Porque es, por la Gracia de tu Espíritu, el gozo y la fortaleza que todos experimentamos en la unidad alrededor de Ti.
Por eso, Padre, unidos y agarrados de nuestras manos, aunque sea de manera virtual, en el Espíritu, te decimos: Padre nuestro que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre...
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