Ni sólo oración, ni tampoco acción. Ambas cosas, no sólo se complementan, sino que son necesarias. Si falta una de ellas, mentimos en relación al amor a Dios, porque no puedes amar a Dios, si no amas a los hombres. Y el amor a Dios contiene el amor a los hombres.
Todo lo hace el Espíritu de Dios, y necesitamos hablar con Él para, luego, saber cómo actuar y qué hacer. La luz y sabiduría nos viene del Espíritu Santo, que nos asiste y nos acompaña en nuestro obrar. De tal forma que, en nada podemos vanagloriarnos, porque la Gloria es y corresponde al Señor.
Sin el contacto con el Señor, la oración, nuestra acción queda a merced de nuestras debilidades, egoísmos y pecados. Y aquel, a quien le interesa nuestro fracaso y abandono, intentará desanimarnos, equivocarnos, confundirnos y alejarnos. Por lo tanto, consciente de nuestra humanidad débil y pecadora, actuemos siempre en sintonía con el Espíritu Santo, enviado a asistirnos y guiarnos, y en estrecha relación orante y personal, pero también comunitaria.
Jesús nos enseña a tener muy definidos estos tiempos de oración y trabajo. El uno nos conforta y nos da las fuerzas necesarias, también iluminándonos, para llevar a cabo los obras y trabajos con los que hablamos al Señor de nuestro amor prometido en la oración. Porque si no hay obras, la oración es falsa, hueca, sin verdad.
Pidamos al Espíritu de Dios que nos infunda la paciencia, la paz y la esperanza de permanecer en el Señor sin desesperar, pero perseverante en la oración y en las obras que nos tiene encomendadas. Pidamos esa luz y sabiduría de saber donde debemos estar y derramar toda la fuerza de nuestro amor. Porque se trata, no de estar donde yo quiero y me gusta, sino donde la Voz del Señor me indica y me quiere. Y para eso necesitamos estar en constante y pleno contacto con Él.
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