La vida es un camino de salvación. Es fundamental conocer esta Verdad, porque de conocerla o no, nuestro caminar puede ser de una manera u otra; más activo que pasivo; más participativo que indiferente; más alegre que triste; más lleno de amor que de odio; más de vida que de muerte.
La vida es un camino que nos presenta muchos momentos inesperados y de sorpresas. La calma se ve asaltada por la tempestad sin apenas darnos cuenta, y nos sorprende en medio de la travesía. Cuando no, negligencias propias, accidentes o casualidades que inciden en momentos trágicos. Y nuestra vida, sin previo aviso, cambia de rumbo. A veces un buen rumbo, y otras veces, un rumbo desconocido, violento, sufrido e incierto.
Está claro, lo sabemos por propia experiencia, que el mundo no nos ofrece seguridad. Ni, la que puede ofrecer, garantiza nuestra salvación de todo riesgo, y menos de la vida eterna. En esa partida, junto al mundo, no nos hace falta reflexionar mucho para darnos cuenta que la guerra la tenemos perdida. Es posible que ganemos algunas batallas, pero pura fantasía y espejismos. La guerra está perdida.
Necesitamos una seguridad plena, de total garantía. Y no la hay sino en Ti, Señor. Tú eres Palabra de Vida Eterna, que nos salva y nos das el gozo en plenitud de felicidad eterna. En Ti todo se ha cumplido, y nuestra confianza fortalece nuestra fe. El testimonio de los apóstoles nos lo descubre y transmite. Danos, Señor, la fe de fiarnos de Ti, y de confiarnos plenamente en tu Palabra.
Y eso es lo que hoy te pedimos desde este rincón de oración, la fe de ser dócil en el Espíritu Santo a tu Palabra, y de, a pesar de los peligros, tempestades y sufrimientos de mi vida, abandonarme siempre en Ti, Señor.
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