No se puede prescindir de Dios en ningún momento de nuestra vida. Sólo puedes atreverte a hacerlo, para experimentar que sin Él, tu amor se debilita y exige resultados y compensaciones. Y eso desata tu ambición, tu ira y tu venganza. Sólo en Dios encuentras el equilibrio de la paz y el sosiego. Él te llena lo suficiente para poder excluir lo demás y no desearlo. Él satisface plenamente todas nuestras aspiraciones, hasta el punto que desaparecen las materiales y se magnifican las espirituales, porque lo material es caduco, y sólo sirven para un tiempo determinado.
¡Oh, Señor, despierta en nosotros la sabiduría de entender que sólo en Ti está nuestra máxima aspiración y nuestra plena facilidad! Abre nuestros ojos a esa finitas sensaciones de placer y bienestar que, un día sí, y otro también, nos dejan vacíos, insatisfechos y con sensaciones de infelicidad.
Es verdad que las necesitamos, pero no para hundirnos en ellas y olvidarnos de Ti, porque, sólo Tú, eres la dicha eterna que nos embriaga plenamente. Es verdad que sentimos deseos, pasiones irresistibles que nos arrastran a la esclavitud y dependencia, y nos enfrentan en luchas suicidas, que rompen el equilibrio y la paz de nuestras vidas. Pero, también es verdad que eso no nos mejora ni nos da soluciones para encontrar y buscar lo que todos queremos: La plena felicidad eterna.
Sólo en el Amor que Tú, mi Señor, nos propones está la solución. Y lo experimentamos cuando, por tu Gracia, vivimos en esa actitud fraterna y amorosa; cuando experimentamos la vivencia de tu Palabra, y la hacemos vida en nuestra vida. Cuando nos dejamos llevar por los impulsos que nos enciende el Espíritu Santo dentro de lo más profundo de tu Corazón.
¡Oh, Señor, nos permitas que el mundo y sus tentaciones caducas, necesarias, pero no para pararnos y hacer de ellas nuestro fin, permitan que nuestra esperanza, puesta en tus Manos, se diluya y ahogue nuestra semilla de amor para dar frutos, los frutos que Tú esperas de cada uno de nosotros! Amén.
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