Nos resistimos a cambiar nuestras costumbres, y las hacemos ley, cuando nos benefician y satisfacen todos nuestros egoísmos. Entonces nos cuesta cambiarla, y de vernos obligados a ellos, luchamos y nos oponemos para seguir disfrutando de sus beneficios en perjuicios de otros que se ven excluidos y negados a ello.
Eso fue lo que vivió Jesús aquel sábado que cruzaba unos sembrados. Vió que sus discípulos, al tener hambre, infringían la ley del sábado. Una ley que no cumplía con el objetivo de tener al hombre como el principal benefactor de su cumplimiento. Y hacía al hombre siervo del sábado.
La realidad es que eso no pega ni con cola en nuestra época. Quizás en la de Jesús era normal. Los fariseos de su tiempo habían procurado poner las leyes pensando en ellos primero, antes que en el pueblo, y así lo organizaban todo, de modo que fuera normal y lógico para todos. ¿Ocurre eso en leyes de nuestro tiempo? Una podría ser el aborto, matar a niños en el vientre de sus madres, que ya parece algo lógico y normal entre los ciudadanos de la sociedad. Porque de no ser así, ¿cómo se aprueba la ley del aborto?
Seguro que Jesús la está denunciando a través de aquellas voces que defienden y proclaman la vida. Como lo hizo con aquella ley del sábado que, en el Evangelio de hoy, nos ocupa. Toda ley está en función del bien y para el servicio del hombre. La vida es un valor superior a toda ley, y la subsistencia, problema aquel de los discípulos de Jesús, también. Por lo tanto, el sábado en función del hombre.
Gracias, Señor, por darnos la sabiduría de pensar como Tú piensas, y entender que debemos defender esa ley de poner todo para bien del hombre. Es la Ley que Tú has clavado en nuestros corazones, y que nos das la sabiduría para descubrirla y poder proclamarla para el bien y beneficio de todos los hombres.
Te pedimos la fuerza y el valor necesario para, iluminados por el Espíritu Santo, e injertados en su mismo Espíritu, nos dejemos llevar por su acción para proclamar y defender, de palabra y vida, tu Voluntad, que no es otra sino la de buscar el bien y salvación de todos los hombres. Amén.
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