Sé, Señor, que estás dentro de mí y que tu Palabra fertiliza la pobre tierra de mi corazón, pero necesito tu Gracia, esa Agua que la riegue y la fertilice para que produzca buenos frutos. Y Tú, por tu Voluntad e Infinita Misericordia has querido exigirme mi libre voluntad. Me has creado libre y has puesto en mis pequeñas manos la responsabilidad de decidir dejarme fertilizar por tu Amor Infinito.
Y me experimento como esa semilla o levadura pequeña de la que Tú hablas en tu Evangelio de hoy, y que sin tu Gracia no podría crecer. Por eso, Señor, postrado a tus pies te suplico que riegues con tu Gracia la humilde semilla sembrada en mi corazón para que dé los frutos deseados que Tú esperas de mí.
Llena, Señor, el humilde huerto de mi corazón de tu Amor, para que, fertilizado derrame la Gracia y produzca frutos abundantes que extiendan tu Reino por todo el mundo al que alcance su tierra. Un crecimiento que no se ve ni se nota. Un crecimiento que crece en el silencio de cada día y cada noche. Unos frutos que, quizás no veamos, pero que están ahí y que su semilla germinará sin darnos cuenta.
Danos, Señor, paciencia y esperanza para saber esperar y aguardar el tiempo de la cosecha. Danos la fe y la confianza para no desesperar y aguardar serenamente que la semilla crezca, madure y dé buenos frutos. Sabemos de la lentitud y del tiempo que la tierra del hombre necesita para que la semilla eche raíces y dé frutos. En Ti confiamos Señor,
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