Hay una pregunta que nos puede ayudar mucho a plantearnos el sentido de nuestra vida. Esa pregunta la tenemos todos dentro de nuestro corazón, pero, cada vez son menos los que suelen sacarla al primer plano de su vida. La mayoría la tienen bien enterradas hasta casi perder la conciencia de que sigue dentro de ellos mismos.
Sé que mi camino en este mundo tiene su fin, y me voy dando cuenta como me acerco a él. El tiempo pasa y, aunque parece lento, nunca se para. Camina, si no de prisa sí sin pausa. ¿Cómo es posible que mucha gente no se pregunte a dónde se dirige? ¿O si todo termina cuando llegue tu final? ¿Para qué, entonces, tantos afanes, tanto deseo de riquezas, tanto...? ¿No te hace eso pensar y desear cambiar?
La causa de tantos conflictos y enfrentamientos entre las familias, sociedades, colectivos, grupos...etc. son las herencias, las particiones, los diferentes puntos de vistas, las diferencias...etc. No somos capaces de relacionarnos en paz y de vivir libres en la verdad y despojados de toda ambición y vanidad. Es eso precisamente lo que nos angustia, nos deprime y nos enfrenta. Cuando lo que verdaderamente importa es la vida prometida que viene después.
Esa es la que hay que asegurar y cuidar. Esa Vida Eterna prometida es la que importa ganar y lo hacemos cuando tratamos de amar tal y como nos enseña Jesús, guardándonos de toda codicia y de toda ambición. Porque, lo de aquí abajo es caduco y no asegura nada.
Pidamos con confianza y con insistencia que cada día seamos más consciente de que esta vida vale en la medida que la utilizamos para ganar la otra. Es decir, vale porque en ella tenemos la oportunidad de amar y amando al estilo de nuestro Señor Jesús ganamos la Vida Eterna. Es esa vida la que tenemos que pedir y buscar, porque solos no podemos conseguirlo, y la pedimos insistentemente cada día al Padre a través del esfuerzo de cumplir su Voluntad. Amén.
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