Es la actitud que tiene un niño con su padre. Cualquier cosa que le haga falta, piensa inmediatamente en su padre. ¿Quién si no se lo va a dar? La única diferencia es que el padre de aquí abajo no puede darle todo, ni tampoco sabe que es lo que mejor y más le conviene a su hijo. Por el contrario, nuestro Padre del Cielo lo puede todo y sabe que cualquier momento que es lo que más conviene al hijo.
Por lo tanto, orar es pedir lo que realmente necesitamos, y como la clave es que no sabemos pedir ni lo que realmente más nos interesa, mejor dejar todo en Manos del Padre y simplemente estar atentos a su Voluntad. Posiblemente, el Señor sabedor de todo eso nos recomendó esa hermosa oración del Padrenuestro. Una oración que se hace vida desde que despertamos hasta que volvemos a cerrar los ojos por la noche.
Sí, tenemos un Padre en el Cielo que Jesús, el Hijo, nos ha revelado. Un Padre que cuida de nosotros y al que tenemos obligación moral, como hijos, de santificar y adorar. Y de obedecerle, porque sólo Él sabe realmente que necesitamos y que nos conviene para nuestra salvación. Por eso queremos hacer su Voluntad no la nuestra. Y, como Padre nuestro que es, le pedimos por todas nuestras necesidades, materiales y espirituales. Él mejor que nadie puede dárnosla y saber cuales son las que más necesitamos.
Y, también, imploramos su Misericordia, porque la necesitamos, pues somos niños traviesos que le desobedecemos y pecamos, y que nos aparte de caer en las tentaciones de este mundo, porque, sin Él estamos en constante peligro. Por lo tanto no debemos alejarnos de nuestro Padre. Pidamos esa Gracia y el vivir cada día esa hermosa, simple y sencilla oración que nos sostiene firmes y junto a nuestro Padre Dios. Amén.
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