Nos cuesta cumplir y hacer lo que se nos manda. Nos ha sucedido durante toda nuestra vida, en el colegio, en la familia, en el trabajo y en nuestros propios compromisos sociales. Nos cuesta hasta ir al médico y tratamos de evitarlo todo lo posible. Y cuando no nos queda otro remedio lo hacemos con pesadumbre y desgana.
También nos cuesta rezar, y más cuando nos parece que nuestras palabras se las lleva el viento. Mantener, pues, esa fe y confianza perseverante es signo y señal de que confiamos en nuestro Padre Dios e insistimos tal y como nos dice Jesús. No se trata de pedir un día, sino de pedir lo que necesitamos todos los días, y hacerlo seguros de que el Señor nos dará lo que realmente nos haga falta y necesitemos, sobre todo para nuestra salvación eterna.
Porque, esa es la Voluntad del Señor, salvarnos contando con nuestra colaboración. Para eso nos ha creado libres con la capacidad de decidir. Pero, también, estamos heridos por el pecado y nuestra naturaleza es débil y proclive a las malas inclinaciones. Eso nos limita y nos confunde, de forma que no sabemos bien lo que realmente necesitamos y erramos en nuestras peticiones.
Por eso, Señor, te pedimos que nos asesores y nos asista, porque nosotros no sabemos bien que nos conviene. Nos ponemos en Manos del Espíritu Santo para que sea Él quien realmente nos guíe y pida por nosotros. Porque, Él sí sabe realmente que nos conviene y que necesitamos para caminar por el camino, valga la redundancia, recto que nos lleva a la Casa del Padre. Amén.
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