Sería absurdo por mi parte negar que también a mí me gustan los primeros puestos. Quizás lo puedo ocultar, pero Dios lo sabe todo y a Él nada se le oculta. Por lo tanto, pura necedad el sostener tu mentira o apariencia. Recuerdo siempre que Dios es mi público y, aunque nadie me vea, Él siempre está presente en mi vista y sabe lo que hago y pienso en lo más profundo de mi corazón. Sabe exactamente que hago ahora y que derramo en estas humildes palabras y pensamientos en este rincón de oración.
Incluso, donde yo mismo no llego a entenderme, Él sabe el por qué y para qué. Así que, Señor, mejor abrirme a tu Misericordia y, postrado ante Ti, suplicarte para que alivies mi contaminado corazón y lo purifiques de toda ambición y vanidad de este mundo. Renuévame por dentro y convirtiendo mi corazón viejo en uno creado nuevo llénalo de bondad, de humildad y de servicio desde los últimos puestos.
No es fácil ser humilde. Lo repetimos con frecuencia hasta el punto que perdemos el significado de lo que decimos, pero la humildad es olvidarte de ti, de tus caprichos, de tus proyectos e ideales y darte para hacer el bien a los demás. Y precisamente a los que más te cuesta amar. Humildes para, desde ese rincón olvidado de tu corazón, servir y amar. Y eso sólo lo puedes hacer Tú, mi Señor y Dios mío.
Por eso te lo pido. Quisiera que fuera el mejor regalo de estos días, de, sin saber cómo, experimentar el impulso de servir. Un servicio de escucha, atención, humildad, disponibilidad, comprensión y entrega. Un servicio como Tú, mi Señor nos enseñas. Amén.
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