¿A quién no le gustaría ser perfecto? Todos lo buscamos en nuestro trabajo, en nuestra vida de familia, en nuestra práctica de deporte, con nuestro equipo favorito...etc. Todos queremos hacer las cosas bien y lo más perfecto posible. Eso es una aspiración humana y muy digna. Sin embargo, sucede que no es así, que somos imperfecto y tenemos errores y fallos que nos impiden la perfección. ¡Qué le vamos a hacer! Somos humanos y eso hay que aceptarlo.
Jesús, sabiendo quienes somos, nos invita a superarnos y a no tomar el Decálogo como diez reglas que hay que conocer y tratar de cumplir, sino como una aspiración de vivirlas en cada momento y situación de nuestra vida. Como una actitud constante y presente en cada día de nuestra existencia. Y con una mirada al Modelo - nuestro Señor Jesús - que nos acompaña y permanece con nosotros. Unos mandatos que, resumidos, quedan en dos: Amar a Dios y al prójimo como Dios te ama a ti.
Y para vivir ese estilo y compromiso de Vida hay que estar injertado en el Espíritu Santo. Es decir, estar unido al Señor y disponible al impulso que el Espíritu sopla sobre ti. Unido al Señor significa la frecuencia de los sacramentos - Eucaristía y Penitencia- y la compañía de la comunidad - parroquia y grupos -.
Significa el esfuerzo de cada día para limpiar nuestro corazón de tantas apetencias, inclinaciones y apegos, que nuestro viejo corazón necesita. Significa el esfuerzo diario de desprendernos de todo aquello que nos estorba - mal carácter - soberbia - egoísmo - individualidad - insolidaridad ... y llenar ese viejo corazón, transformándolo en nuevo, con la humildad, el servicio, la solidaridad, el desprendimiento - la generosidad y el amor. Significa seguir a Jesús en clave de dejarnos purificar por la acción del Espíritu Santo que nos asiste, nos auxilia y nos transforma.
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